Lección #1: Cuidado te ahogas


¡Hola, Mareados!

He hablado anteriormente sobre mi miedo a morirme. Probablemente un miedo que comparta con el 99.9% de la población. Me gustaría conocer a alguien que realmente no le tenga miedo a la muerte ¿Un suicida? No creo que su anhelo sea morirse sino más bien, desea dejar de vivir la vida que le tocó, lo que es muy diferente.

persona pidiendo ayuda en el agua


No sé lo que se siente morir, nunca me ha tocado estar al borde de una situación tan drástica, pero si he podido experimentar lo que se dice una “pérdida”. Y esa pérdida la experimenté de dos formas: La primera fue cuando murió mi abuela a quien  desde que tengo 6 años la apodé La Mamota porque decirle mamama o abuelita era muy común, ella merecía algo que la represente en todos los sentidos. Era una gran mujer (era bien grande, en realidad, tenía varios kilos de más) con un gran corazón, como no decirle mamota…una mamá grandota, rima excelente.
Por supuesto que mi mamá odiaba que la llame de esa manera, pero con el tiempo se fue acostumbrando, resulta creativo si conoces el contexto.
La segunda pérdida fue con mi ex, a quien apodé Cucú porque estaba más loca que una cabra. (Ya se habrán dado cuenta que no me gusta llamar a las personas por sus nombres reales) Pensé que terminar una relación no podría equipararse a una muerte real, pero cuando el Dr. R me dijo que el dolor era similar y que el sentido de ausencia era casi el mismo (o peor, pues cuando la muerte viene sabes que lo único que te queda es dejar ir a la persona, pero que decidan alejarse de tu vida o abandonarte porque “no eres lo suficientemente bueno” la cosa cambia) entonces pude entender por qué me marcó tanto.  Hay personas que llegan para dejarte lecciones más que recuerdos.

Soñar despierto

Continuando con el post y volviendo a traer sobre la mesa el miedo a morirse, quiero hablarles sobre mi miedo más grande: morir ahogado. Hubiera resultado interesante mantener el misterio pero entonces no entenderían el resto de publicaciones que haré más adelante ya que de esto depende también que entiendan el por qué del título de este simpático blog.
Los sueños siempre me identificaron bastante, siempre he sido un soñador empedernido y busco constantemente escapar de la realidad ya sea leyendo por horas o fumando con Ale después de clases. Siempre intentamos crear historias paralelas a lo que nos está pasando, por ejemplo, ¿Qué pasaría si una madrugada atropellamos a un narco y descubrimos que cargaba más de 10 mil dólares en efectivo en su maletín? A partir de esa pregunta comenzamos a tomar decisiones y armamos unas historias bien interesante. Siempre bajo los efectos de Mari (a quien llamo en lugar de la mariguana) sino no funciona igual. Otras preguntas también surgen de vez en cuando: ¿Qué haré cuando salga de la universidad? ¿Realmente tengo que ser un ingeniero industrial usando traje y corbata el resto de mi vida y casarme con una linda chica que conoceré casualmente en un bar de Miraflores cuando esté celebrando mi ascenso a “analista senior”? Esas son historias que prefiero no imaginar, pero si o si terminan haciéndose un espacio en mi cabeza.  Sin embargo, cuando duermo y realmente empiezo a soñar siento como si todo lo que me ha pasado en el día se mezcla para hacer una hermosa obra de arte digna de ser llevada a una sala de cine.

mujer en el agua dejándose llevar





La pesadilla

El sueño más real que he tenido hasta el momento me dejó secuelas hasta el día de hoy. Estaba en la hermosísima casa de playa de mis primos en Punta Hermosa. Como no tengo hermanos, ellos fueron mi premio consuelo cuando quería disfrutar de la compañía de otro ser humano que no sean mis entrometidos padres, lamentablemente, son bastante mayores que yo así que me vi obligado a “crecer” antes de tiempo para poder jugar con ellos. Con decirles que tuve que aprender a montar bicicleta sin rueditas a los 4 años para poder hacer las carreritas que ellos hacían en la recta del Club Náutico.
Pues bien, gracias a ellos descubrí que andar en bicicleta era increíble sentía que nadie me podía coger, éramos ella y yo a toda velocidad escapándonos de todo. No por nada, luego de un par de años, no había quién me gane en esas carreritas.  Cuando construía mi sueño, me aseguré de estar en Punta Hermosa montando bicicleta como siempre, solo que está vez decidieron meterse en un muelle viejo que estaba a dos playas más allá. Me pareció muy extraño porque en esa playa no hay muelles.  Llegamos al borde de un ancho muelle, estaba oxidado y lleno de algas y moluscos pegados, definitivamente la sal había devorado parte de los pilares que lo sostenían débilmente en el agua. Era excesivamente largo, no lográbamos ver el final desde la costa. Mis primos me retaron “Ya que eres recontra rápido, porque no vas y nos dices que hay al fondo”, yo con siete años de edad, me monté en mi bella bicicleta y empecé a pedalear. Al inicio con miedo, luego subí la cabeza y me di cuenta que estaba amaneciendo, era precioso, nunca había visto colores tan bonitos en el cielo. El agua estaba tranquila, parecía una laguna y no se escuchaba nada salvo por los chirridos de la cadena y los pedales de mi compañera. Por fin llegué a ver el final, me emocioné, y empecé a pedalear más rápido. De pronto, el agua comenzó a subir velozmente, definitivamente ya no era una laguna, estaba en mar abierto y las olas eran enormes. El amanecer se transformó en un atardecer horrible, los colores del agua y del cielo eran turbios, marrones y negros empezaron a invadir los bellos naranjas y azules que habían estado en el anterior paisaje.



El agua comenzó a golpear muy fuerte el muelle, tanto que temblaba como si fuera un terremoto. Cuando volteé para ver si mis primos estaban haciendo algo para sacarme de ahí, no vi a nadie. Cerré los ojos y seguí pedaleando “tengo que llegar, tengo que llegar” me repetía. No grité ni lloré en ningún momento, sentía que si llegaba al final todo se iba a calmar. Lamentablemente, la marea era demasiado fuerte y el muelle demasiado débil.
Caí al agua.
Mi bicicleta se hundió rápidamente por leyes de la física y yo empecé a flotar. Sin embargo, la corriente comenzó a jalarme más y más hacia adentro donde la marea estaba cada vez más intensa, las olas eran gigantes, me revolcaban, el agua me entraba por todos los agujeros de mi cara, no podía respirar. El miedo invadió mi cuerpo y mi mente. Me paralicé. “Me voy a morir” Y de pronto, ya no estaba en la superficie, sino bajo 3 metros de agua. Empecé a ahogarme y se sintió muy real.
Desperté.
Aspirando aire como si estuviera al borde de la asfixia. Felizmente nadie se despertó.

mujer en bicicleta cayendo al barro


Miedo irracional

Desde ese día he tenido cierta incomodidad para meterme al mar. Yo amo la playa pero me fue muy difícil volver a tocar el agua luego de ese sueño. Sentí que realmente estaba a punto de morir, me ahogaba entre tanta agua, la marea llegó de la nada, llegó para matarme.
Cada vez que me vienen pensamientos sobre el futuro, cada vez que mis padres empiezan a hacerme preguntas sobre lo que voy a hacer al terminar la tan larga y entretenida carrera de Ingeniería Industrial, siento que el nivel del agua en mi cabeza va subiendo. Cada vez que pienso que voy a encontrarme con Cucú en el supermercado, el nivel sube aun más. Cada vez que me acuerdo de lo que La Mamota me decía: “Serás un gran hombre que siempre cuidará pondrá a su familia primero” y me encuentro conmigo frente al espejo todo flacucho, sin novia y sin futuro, el agua se torna violenta, mi cabeza es un concierto de preguntas e imágenes atroces de mí, fracasando y decepcionando a todos. La Marea llega, se apodera de mí, me ahoga, me mata. Y, mis queridos lectores, yo me cago de miedo.


Atentamente,
La Marea y yo.








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